viernes, septiembre 12, 2008

Siete años. Siete eternidades.


Día tras día, insisto. La abrazo.
Ella resiste en su inmovilidad.
En su dureza. Le hablo del viento
y como el viento pasa la voz.
No hay dolor ni movimiento en la piedra.
Insisto. Corro. Me alejo y retorno.
Y la encuentro. Ella sigue allí.
Sin esperar nada de mí.
Sin esperarme.
Siete segundos. Siete días.
Siete años. Siete eternidades.
El tiempo que dura el abrazo.
¡Pobre alma, que necesita de la
Materia, esa tensión que perece,
para conocer los sentidos!
¡Pobre espíritu, que necesita
Del amor, esa fantasía de la carne,
para conocer la emoción!
Sí, el tiempo que dura el abrazo.
Siete eternidades, Deseo cerrar los ojos;
palpar el vano de tu puerta.
Entrar en tu noche;
desovillar el anhelo de la carne.
Ser la oscuridad. El olvido de la luz.
Ciego. Sin más bastón que el deseo.
Sentir en las entrañas de la cueva
el alarido del monstruo.
El temblor del tiempo
perdiéndose en la nada
Y aparecer con el viento
A si de nuestro favor y de
{Todo corazón}
Ambrosio. He. Ve.

Poema de un amigo

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