jueves, abril 09, 2009

Primero sufrimos por abandonar la actividad profesional; después, por la marcha de los hijos. Luego, por la desaparición de personas a las que queremo

Además de la jubilación, ¿hay otros acontecimientos desestabilizadores para la memoria?

La memoria es el hilo conductor de nuestra vida y de nuestras relaciones con los demás. Acoge, fija y moldea nuestras alegrías y penas, encuentros y rupturas, los grandes y pequeños recuerdos. Si en alguna ocasión nos defrauda, es porque, a veces, a lo largo de la vida, hay momentos difíciles de sobrellevar, y necesitamos atenuarlos para reanudar el curso de nuestra existencia.

Los hijos se van de casa, hay quien cambia de piso para ir a vivir a uno más pequeño, otros dejan la ciudad para ir a vivir al campo, nacen los nietos... Pueden aparecer problemas de convivencia con el cónyuge –es posible que ya existieran pero que el ritmo de la vida diaria y profesional impidiera valorarlos en su justa medida– y llegar al divorcio o a algún tipo de separación... Cada acontecimiento de la vida nos obliga a reposicionarnos con respecto a nosotros mismos y a los demás. Hay que adaptarse a la nueva situación, pero nunca es fácil. Y el tiempo pasa. El envejecimiento no afecta a la memoria, pero sí multiplica los momentos dolorosos.

Primero sufrimos por abandonar la actividad profesional; después, por la marcha de los hijos. Luego, por la desaparición de personas a las que queremos. Nos enfrentamos a la muerte: a la de nuestros padres; quizá a la de nuestro cónyuge; a veces, a la de amigos próximos. Recuperar el equilibrio una vez sometidos a semejante prueba requiere tiempo y esfuerzo. El duelo puede durar desde meses a años (generalmente dos como media). Es frecuente que, tras la muerte de un ser querido, aparezcan problemas de memoria, pero es raro que el afectado sea consciente de la relación entre ambos hechos. Una señora, por ejemplo, se quejaba de que casi siempre olvidaba coger las llaves de su casa y de que ya varias veces se había quedado en la calle sin poder entrar. Cuando se puso a pensar, se dio cuenta de que ese olvido reiterado empezó a producirse después de quedarse viuda: su marido había muerto en esa casa, y lo que realmente ocurría era que ella no quería vivir allí.

DOY LAS GRACIAS HA ESTA REVISTA QUE DA TANTA INFORMACIÓN UN SALUDO ENCARNA

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